Puy du Fou España vuelve a poner voz a las tradiciones

Hay Navidades que pasan sin pena ni gloria y otras que se quedan grabadas en la memoria colectiva. No por lo grandes que fueron, sino por lo sinceras. Por una canción cantada a coro, por una voz infantil que se quiebra un poco, por ese silencio previo al aplauso que dura un segundo más de lo normal. En esa idea de Navidad auténtica es donde vuelve a situarse Puy du Fou España con una nueva edición de su Concurso de Coros Escolares de Navidad, una iniciativa que, lejos de ser un simple certamen musical, se ha convertido en una pequeña tradición cultural en sí misma.
En un tiempo marcado por la prisa, el ruido digital y el consumo constante, resulta casi revolucionario apostar por algo tan sencillo —y tan poderoso— como un coro infantil cantando un villancico. Puy du Fou entiende la música no como adorno, sino como lenguaje emocional, como una forma de transmitir valores, memoria y comunidad. Por eso este concurso no busca únicamente voces afinadas, sino ilusión compartida, trabajo en equipo y esa emoción tan difícil de fingir que solo aparece cuando se canta de verdad.
La propuesta vuelve a girar en torno a "El Tamborilero", un villancico que forma parte del imaginario colectivo de varias generaciones. La elección no es casual. La figura del niño humilde que ofrece lo único que tiene —su música— conecta directamente con la esencia de una Navidad entendida como acto de generosidad y encuentro. Aquí no hay grandes artificios ni versiones grandilocuentes: hay voces jóvenes interpretando una canción que todos reconocemos, pero que suena distinta cuando la cantan quienes todavía creen en ella sin cinismo.
Desde su primera edición, cientos de coros escolares de toda España han encontrado en este concurso una oportunidad única. Para muchos niños y niñas, supone su primer contacto con una experiencia artística de esta magnitud. Para los centros educativos, una excusa perfecta para trabajar valores que rara vez caben en un examen: la constancia, la escucha mutua, el respeto al grupo y la responsabilidad compartida. Ensayar, grabar, repetir, equivocarse y volver a cantar forma parte de un proceso que va mucho más allá de la música.
Lo realmente especial llega cuando esas voces dejan el aula y se trasladan a un espacio como Puy du Fou España. Un entorno donde la Historia se vive, se camina y se escucha. Cantar en ese contexto no es hacerlo sobre un escenario cualquiera: es formar parte de un relato más amplio, de una atmósfera construida con cuidado, donde la Navidad no es un decorado, sino una experiencia completa. Durante la temporada navideña, el parque se transforma en un lugar donde el tiempo parece ir más despacio, donde las luces son cálidas y las historias se cuentan al oído.
Los coros seleccionados actúan ante un público real, en directo, integrados en la programación navideña del parque. No son un añadido, son parte del alma de esas fechas. Sus voces se mezclan con el murmullo de los visitantes, con el crujir de la madera, con el frío suave del invierno. Es una experiencia que muchos de esos niños recordarán durante años, no por el premio final, sino por lo que sintieron al cantar juntos.
El concurso, que ya alcanza su cuarta edición, ha crecido sin perder su esencia. No se ha convertido en un espectáculo competitivo vacío, sino en un espacio donde la música escolar y la tradición navideña encuentran un lugar digno, cuidado y respetuoso. El jurado profesional aporta criterio y rigor, pero el verdadero valor está en el camino recorrido por cada coro participante, independientemente del resultado final.
Puy du Fou España refuerza así su compromiso con la educación, la cultura y la transmisión de tradiciones desde una mirada contemporánea pero honesta. En lugar de reinventar la Navidad hasta hacerla irreconocible, decide mirarla de frente, recuperar sus símbolos y darles voz a quienes mejor pueden representarlos: los más pequeños.
Escuchar un coro infantil cantando un villancico tradicional en pleno siglo XXI tiene algo de acto de resistencia cultural. Es una forma de decir que no todo debe ir más rápido, más alto o más fuerte. Que algunas cosas funcionan mejor cuando se hacen juntos, despacio y con emoción. Y que la Navidad, cuando se canta de verdad, sigue teniendo sentido.
Iniciativas como esta demuestran que la cultura no siempre necesita grandes titulares para dejar huella. A veces basta con un grupo de niños, una canción conocida y un lugar que sepa escuchar.
