Glen Powell corre hacia la leyenda en The Running Man

Edgar Wright firma una locura adrenalínica que confirma lo que ya sospechábamos: Hollywood tiene nuevo héroe de acción.


Desde Top Gun: Maverick, Glen Powell ha ido demostrando que es mucho más que una cara bonita con sonrisa de anuncio. Pero con The Running Man se consagra como una auténtica bestia del cine de acción moderno. La nueva adaptación de la novela que Stephen King publicó en 1982 —una pesadilla televisiva donde la gente muere por audiencia— es un chute de energía, sátira y puro espectáculo.

La película tiene ese sabor a thriller futurista con alma de blockbuster clásico: ritmo salvaje, atmósfera opresiva y una crítica social que nunca entorpece el disfrute. A diferencia del clásico ochentero con Arnold Schwarzenegger (que aquí aparece en un guiño brillante como el rostro del billete de 100 dólares en este futuro infernal), esta versión se mantiene mucho más fiel al espíritu del libro original.

Edgar Wright dirige con su estilo inconfundible, mezclando precisión técnica y humor visual con la hiperactividad que lo caracteriza. Pero en esta ocasión se nota que Wright se suelta aún más: todo está al servicio de la adrenalina, no del ego. Cada plano, cada transición, cada detalle técnico está pensado para mantener el pulso disparado. Es cine de acción con cerebro, pero sin perder ni un gramo de diversión.

Powell interpreta a Ben Richards, un trabajador agotado por un sistema que lo exprime hasta el límite. Su hija necesita atención médica urgente y él, acorralado, acepta participar en The Running Man, un reality show donde los concursantes son cazados en directo por asesinos profesionales. Lo que empieza como una desesperada huida por dinero se convierte en una rebelión contra un imperio mediático que juega a ser dios.

Y aquí Powell lo borda. Más que un héroe de acción, Powell es el nuevo Bruce Willis: el tipo normal metido en el caos, que sangra, tropieza, sufre y aun así no se rinde. Tiene humanidad, carisma y ese punto de humor cansado que te hace empatizar incluso en mitad del desastre. Combina acción física, drama y vulnerabilidad con una naturalidad brutal. Y sí, corre como si le fuera la vida en ello —porque literalmente le va.

Una de las mejores secuencias llega cuando Ben intenta escapar del equipo de cazadores armado solo con una toalla (y luego ni eso). Es una escena digna de John Woo: coreografía salvaje, cámara nerviosa y un caos que se siente real. Wright demuestra que sabe rodar acción sin caer en la saturación, y cada enfrentamiento tiene ese toque de peligro tangible que hacía grande al cine de los 90.

Josh Brolin brilla como el ejecutivo sonriente y despiadado Dan Killian, mientras que Colman Domingo se roba cada plano como el presentador del programa, Bobby Thompson. Ambos encarnan lo peor del entretenimiento moderno: la crueldad disfrazada de show. Son personajes divertidos y terroríficos a partes iguales, tan reconocibles que incomodan. Y el uso de localizaciones reales —Glasgow y Londres transformadas digitalmente— da a este futuro un aire inquietantemente cercano.

King escribió The Running Man como una crítica feroz al poder de los medios y al espectáculo de la violencia, y décadas después sigue siendo inquietantemente actual. Hemos visto conceptos parecidos en The Hunger Games o Squid Game, pero Wright consigue que esta historia vuelva a sentirse nueva, urgente y peligrosa.

The Running Man lo tiene todo. Acción, drama, humor, crítica social y un protagonista que se gana el trono a golpe de zancada. Glen Powell deja claro que no es una promesa, sino una realidad. Y si esto es solo el principio, el cine de acción tiene nuevo rostro y energía para rato.

10/10

Por Manu G Carrasco