Dracul viviendo Halloween con la FSO

La Film Symphony Orchestra convirtió la noche de Halloween en el Auditorio Nacional de Música de Madrid en un ritual sonoro donde el miedo, la intriga y lo sobrenatural campaban a sus anchas. Dracul no fue un simple concierto: fue una invocación colectiva al lado oscuro del cine, una celebración del terror en todas sus formas, desde el escalofrío más puro hasta la nostalgia más luminosa.

Porque la FSO juega en otra liga. Más que una orquesta sinfónica, es cine en vivo, una experiencia que mezcla música, espectáculo y relato. Bajo la batuta —y el carisma— de Constantino Martínez-Orts, la orquesta ha hecho de las bandas sonoras su terreno de juego, llevando al escenario la épica, el suspense y el alma de algunas de las películas más icónicas de la historia reciente.

El viaje musical de Dracul fue tan diverso como inquietante. La velada arrancó con el prólogo de Drácula de Bram Stoker, con la imponente partitura de Wojciech Kilar, una auténtica llamada a las sombras. A partir de ahí, el público se dejó arrastrar por una procesión de clásicos: el cuchillo sonoro de Psicosis de Bernard Herrmann; el minimalismo letal de Tiburón de John Williams, demostrando que dos notas pueden ser más terroríficas que cualquier monstruo; o la tensión muscular de los créditos finales de Depredador de Alan Silvestri.

No faltaron la perturbadora nana de Poltergeist de Jerry Goldsmith, la atmósfera inquietante de Señales de James Newton Howard ni el festín gótico-fantástico de Danny Elfman con Pesadilla antes de Navidad y Bitelchús. La segunda parte mantuvo el pulso con Frankenstein de Mary Shelley de Patrick Doyle, El bosque, Alien vs. Predator, Casper, La familia Addams, Las brujas de Eastwick y Gremlins, para cerrar con la emotiva suite de Coco, un broche cálido y luminoso que recordó que el más allá también puede ser hogar.

El Auditorio Nacional se transformó por completo. Luces rojizas bañaban el escenario, reforzando una atmósfera gótica y ceremonial. Los músicos, con capas, antifaces y maquillaje óseo, parecían salidos de un aquelarre sinfónico. Y en el centro, Martínez-Orts ejercía de maestro de ceremonias total: dirigía, explicaba, bromeaba y conectaba con el público, convirtiendo cada pieza en una pequeña historia.

Entre los grandes nombres de la noche, brillaron con fuerza dos titanes. Jerry Goldsmith, capaz de moverse con soltura entre el terror absoluto (Poltergeist, La profecía) y el humor travieso (Gremlins), dejó claro por qué es una leyenda. Y James Newton Howard, que en Señales y El bosque demostró su talento para construir angustia desde la sutileza, con cuerdas que cortan el aire sin levantar la voz. Mención aparte para John Williams, cuyo Tiburón —con sus incontables nominaciones al Oscar— fue una masterclass de cómo el minimalismo puede generar pánico colectivo.

Pero Dracul no fue solo oscuridad y colmillos. También hubo espacio para el lado más lúdico y familiar del fantástico. Casper aportó ternura, La familia Addams desató el ritual colectivo de chasquear los dedos, y Coco puso el corazón sobre la mesa. Porque el terror, cuando se ama de verdad, también se disfruta en familia.

Así, la Film Symphony Orchestra firmó una noche redonda: un homenaje al miedo, al cine y a la música como lenguaje universal. Una velada donde el terror, el humor y la nostalgia caminaron juntos, recordándonos que hay pocas cosas tan poderosas como una buena banda sonora… tocada en directo y a oscuras.


Por Manu G Carrasco.